El próximo domingo se cumplirán 33 años del secuestro y posterior homicidio de Gladys Arias, una joven que fue secuestrada, abusada y asesinada el 22 de diciembre de 1986 en un descampado ubicado en Colombia al 3.600. Un crimen que conmocionó a la provincia. Un hecho en el que sobraron aristas que van desde el encierro de inocentes, la misteriosa muerte de tres de los cinco acusados y una devoción a la víctima por el sufrimiento que padeció antes de fallecer atada a un pequeño árbol. Y lo más grave: pese al tiempo transcurrido nunca se descubrió quiénes habían sido los autores del hecho.
1- Una maldición
En este caso hubo situaciones que pocos saben o que no tuvieron demasiada trascendencia. Muchos hablan de una maldición, pero con el correr de los años quedó en claro que algo malo había detrás. Y no se trataba de ninguna mano negra. Se sospecha que el verdadero monstruo usaba uniforme de color azul: tres de los imputados tuvieron un trágico final.
Juan Edmundo “Barrabás” Araujo murió antes de ser enjuiciado en el hospital Padilla por una hemorragia estomacal. Según la información oficial, el problema lo tuvo por haberse tragado un “huesito” de pollo cuando se alimentaba en la seccional 11ª, donde se encontraba detenido.
Sin embargo, las placas radiográficas que se le hicieron en el hospital Padilla no detectaron ningún cuerpo extraño en su estómago. “Siempre sospechamos que le pusieron un ácido o veneno en una bebida. No hay otra razón”, explicó su defensor, Cergio Morfil. La investigación que se realizó nunca determinó qué había pasado y tampoco se halló un culpable. La Policía creyó que sus compañeros de encierro realizaron el mortal ataque, pero nunca se pudo comprobar esa hipótesis.
“Se dice que Juan Domingo ‘Miningo’ Medina se pegó un tiro en la cabeza porque era perseguido por el espíritu de Gladys”, relató María Luján Cáceres, que investigó el caso para realizar una tesis doctoral.
En 1999 se informó que el menor de 13 años, que nunca fue juzgado por ser inimputable, se había suicidado. Lo raro es que lo hizo cuando estaba reunido con otras seis personas en una humilde casa de Villa Muñecas. “Hasta antes de su muerte era perseguido por la Policía. No lo dejaban en paz. Vivía aterrorizado de que lo acusaran de otro crimen”, dijo Nicasio Medina, padre del joven, en los días posteriores a su muerte.
Omar “El Pelao de la Chicha” Alanís no fue a la cárcel por el crimen de la joven, pero vivió otro infierno mucho peor: vivió preso de las adicciones. Después de que en los barrios Juan XXIII (“La Bombilla”) se enteraron de que él había entregado a cuatro inocentes para que fueran torturados y acusados injustamente del homicidio de la joven Arias, nadie volvió a confiar en él.
Además, al mostrarse débil con los uniformados, más lo persiguieron en los últimos tiempos de su existencia. Vivía saliendo y entrando de los calabozos. Pero las drogas fueron su verdadera pesadilla. Murió a causa de una crisis de abstinencia en los 90.
Los otros dos integrantes de la llamada banda de “Los jinetes asaltantes” huyeron de la provincia para poder rehacer sus vidas. Ricardo Américo “Pupa” Luna se instaló en Buenos Aires. La última noticia que se supo de él fue que había contraído una enfermedad terminal, pero nada más se supo de él. Miguel Ángel “Kila” Barrera se mudó a Santiago del Estero donde se estableció, formó una nueva familia y alejó de su vida las miradas acusadoras de una sociedad que lo había condenado injustamente por un crimen que no cometió.
2- Santa Gladys
Después de la tragedia, la Municipalidad hizo desmalezar el enorme predio donde se cometió el crimen. Los vecinos pusieron una cruz a la par del árbol donde fue atada por los homicidas.
Con el correr de los años se instaló una gruta. “No se sabe de quién fue la idea, pero sí puedo decir que cada vez hay más gente que le viene a pedir cosas”, explicó Cáceres.
“Es una santa popular urbana porque su devoción nace justamente en la ciudad. No sólo es venerada por los habitantes del barrio, sino por otras personas que viven en otros puntos de la provincia. A ella llegaron a través de testimonios de gente que asegura que les concedió los pedidos. Todos a los que entrevisté reconocieron que es muy milagrosa”, explicó la profesora en Letras.
Cáceres no duda. “Ella es una santa de y para las mujeres. Con respecto a los hombres existe un temor especial. El que se burla o el que no cree en ella no se encontrará con un alma buena, sino con una mala que lo castigará”, explicó.
La docente señaló que, según el estudio que viene realizando desde hace varios años, las devotas de Gladys van a buscar pedidos puntuales. “Uno de los casos más comunes es que recurren para que las ayude a solucionar problemas de amoríos o legales cuando sufrieron algún tipo de delito. Los hombres, en cambio, son más tradicionales. Le hacen promesas por trabajo o salud”, destacó.
Cáceres comentó que también existen otros mitos sobre la joven asesinada. “Los choferes de la Línea 7 durante años dijeron que cuando estaban por finalizar el recorrido, ella se les sentaba en el último asiento para protegerlos. También dicen que hubo obreros que se burlaron del caso y, a plena luz del día, se les presentó mientras trabajaban. A eso hay que agregarle el caso del menor que fue acusado del crimen que dijo que era perseguido por su espíritu. Por supuesto que eso fueron versiones que nunca llegaron a comprobarse”, agregó la investigadora.
3- Sigue el misterio
El crimen de Gladys sigue siendo un misterio. Hay puntos clave que no se terminaron de resolver o que directamente no se investigaron como correspondía en su debido momento.
Por ejemplo, aún no está del todo confirmado que el cuerpo encontrado en Colombia al 3.600 haya sido el de la víctima. Si bien es cierto que en esos tiempos no existía la identificación de personas a través de pruebas genéticas, ni los investigadores de la Policía ni la Justicia decidieron, cuando ya se podía utilizar muestras de ADN, realizar una nueva prueba para demostrar si efectivamente el cadáver era de ella.
Se quedaron con el reconocimiento que hizo el hermano que estuvo basado por la ropa que tenía puesta la víctima el caluroso día de diciembre en el que fue secuestrada.
“No tenemos dudas de que el cuerpo es de ella. Nuestra duda siempre pasó por saber quién la mató. Siempre se habló de que había alguien del poder detrás de su muerte, pero nunca se llegó a confirmar esta versión”, explicó Silvia Rodríguez, prima de la víctima del horrendo crimen.
El homicidio, como era de esperarse, golpeó demasiado a la familia Arias. Sus padres murieron sin conocer el nombre del o de los asesinos; la hermana que había ido a visitar el día que fue secuestrada se fue a vivir a España y a su hermano, el único que quedó en la provincia, no se lo pudo ubicar para que hablara del caso.
Hubo dos líneas que no se tuvieron en cuenta. Claudio Arias, padre de la víctima, trabajó durante años en el penal de Villa Urquiza como guardiacárcel. Se pensó que por una venganza, algún recluso atacó a Gladys hasta matarla.
“Eso se comentó durante la investigación, pero no se pudo llegar a nada. También se decía que estaba metido el hijo de un funcionario o de un sindicalista vinculado a la Caja Popular de Ahorros. En principio, ese joven habría mantenido una relación con la chica. Nunca creí en esa historia, pero sí sospeché que pudo haber estado implicado alguien de poder”, agregó Morfil, defensor de “Los jinetes asaltantes”.
Cáceres, la investigadora de la vida de Gladys, también cree que hubo alguien poderoso detrás del crimen, pero descarta que se haya tratado de un femicidio.
“Hay testimonios que dan cuenta de que antes de su asesinato, el hermano de ella mantuvo una dura pelea con otro joven que habría sido hijo de un dirigente de la Caja. Él, después del incidente, prometió vengarse. No descarto que después haya cumplido con su promesa haciéndole daño a la joven”, indicó.
“Lo único cierto -agregó Morfil- es que la Policía se quedó con la teoría que implicaba a la llamada banda ‘Los jinetes asaltantes’ porque eran pobres. Había demasiada presión para que se resolviera el caso y terminaron acusando a inocentes. Después se demostró que ellos no habían sido, pero fue tarde. Ya les habían destruido la vida”, sentenció.
Alberto Lebbos, padre de Paulina, la estudiante que fue secuestrada y asesinada por desconocidos 20 años después del homicidio de Gladys, no es un criminólogo, pero una de sus frases de cabecera ya fue tomada por varios especialistas. “No hay crimen perfecto, sino investigaciones imperfectas”, sostuvo una y otra vez. Y en la muerte de la joven que sacudió a los tucumanos en los 80 también se la puede aplicar.